La fotografía infrarroja es una técnica que nos permite captar un espectro lumínico que no es visible para el ojo humano, comprendido entre 700 y 1200 nanómetros.

Tiene sus orígenes en el año 1910 en los Estados Unidos, con fotografías realizadas por el físico Robert W. Wood. Una de sus imágenes fue publicada en octubre de ese mismo año en la revista Royal Photographic Society Journal, para ilustrar el artículo en el que el físico detalla la reflexividad de la clorofila, el principal componente del follaje, y la posibilidad de capturar fotográficamente este fenómeno utilizando la criptocianina y generando un tinte a ser aplicado en las placas fotográficas.

Al efecto blanco y onírico que produce el verde de la vegetación en una foto infrarroja se le ha dado el nombre de “efecto Wood”, en honor a su descubridor, ya que fue apreciado por primera vez en sus fotografías, las cuales realizó retrataban principalmente paisajes ya que requerían de un tiempo de exposición bastante prolongado.

Posteriormente, durante la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos desarrolló un sistema militar de captación de imágenes aéreas que utilizaba placas fotográficas sensibles al espectro infrarrojo y, el cual pretendía detectar áreas y/o elementos camuflados por medio de un análisis espectroscópico. Este método mejoró notablemente la efectividad de las imágenes captadas ya que el espectro infrarrojo es observable a través de la bruma o niebla que pueda presentar el aire. Luego las emulsiones utilizadas en este método fueron mejoradas por los fabricantes de películas y alrededor de la década de 1930 la fotografía infrarroja empezó a popularizarse, siendo introducida comercialmente. Ya en 1937, varias grandes compañías, entre ellas Agfa y Kodak, disponían de muchos tipos de películas infrarrojas.

En el campo de la astronomía, esta innovación fotográfica permitió el estudio de cuerpos celestes visibles en radiación IR y el registro de los mismos.

Para lograr una foto infrarroja, en el caso de que estemos operando una cámara analógica, es necesario disponer de un rollo o película IR y, de ser posible, también un filtro amarillo o naranja. Es importante que la cámara a utilizar sea una sin avance ni rebobinado automático, pues esas usan pequeñas luces de diodo para contar los fotogramas, y resulta en la veladura de la película infrarroja.

Por otro lado, si estamos trabajando con una cámara digital, necesitaremos sólo un filtro infrarrojo, pero se debe poner atención a la configuración de la apertura del diafragma (este tipo de fotografía es mucho más eficaz en condiciones de poca luz), la velocidad de obturación y el ISO. Además, se debe tener en cuenta el tipo de lente a utilizar, ya que con algunos la refracción entre los elementos internos del mismo produce el efecto conocido como “hotspot” que es una mancha en el centro de la imagen, como si esa zona se hubiese expuesto durante mucho más tiempo que el resto de la foto.