Manifiesto de la escenografía y coreografía futurista
Enrico Prampolini, pintor, escultor y escenógrafo italiano, estaba obstinado en borrar todo límite posible entre observador e imagen. En 1915, a los 21 años, escribió una declaración de principios sobre cómo debería ser el teatro futurista. En esta, enfatiza la necesidad de remover todo lo estático del escenario y reemplazarlo por una arquitectura dinámica electromecánica y luminosa. No se propone replicar elementos naturales del mundo, sino dinamizar la acción dramática del escenario, convencido de que así podría manipular la mente de la audiencia.
Primero considera que alargar la perspectiva horizontal del escenario y sumarle luces sincronizadas que penetren una irradiación de infinitos impulsos visuales podría ayudar a la performance de los actores. Luego descarta a los actores para enfocarse en la escenografía sola. Considera que ya resultan inútiles porque desde el Renacimiento, estos representan un punto de vista relativo y opuesto a aquél del espectador, lo que pone en quiebre la inmediatez de las nuevas imágenes y su eficacia. Tampoco son predecibles ni perfectamente hábiles al interpretar, por lo que arruinaría el rito mecánico de eterna transición espiritual y revelación misteriosa que es capaz de ofrecer el teatro.
Prampolini analiza al teatro desde la perspectiva del movimiento futurista en la que se exalta la máquina y se anhela su simbiosis pura con el ser humano. Para él, ambos deben amalgamarse en un estado de dinamismo permanente: el escenario debería presentarse como un espacio en el que lo virtual fuera inherente al espectador. Podemos encontrar reminiscencias del pensamiento de Prampolini en los dispositivos contemporáneos de realidad virtual, aumentada y mixta, así como en las instalaciones lumínicas inmersivas.