Video Club
El videoclub
Los videoclubes son un sistema caído en desuso de distribución de material audiovisual donde su usuario, conocido como socio, alquila una película en formato físico para poderla ver en su propio sistema hogareño para luego devolverla. El usuario, quien debía presentar información personal como pueden ser DNI y boletas al nombre del titular para quedar registrado como socio y poder alquilar, entraba a un local que normalmente se organizaba en pasillos formados por estanterías donde se mostraban las películas o un representante de las mismas para evitar robos (Un representante normal eran las cajas de las películas con la cinta o disco removidos), donde cada pasillo o cara de la estantería correspondía a un género o tipo de material audiovisual. Desde finales de los años ‘70 hasta mediados de los 2010s, los videoclubes fueron una de las pocas formas de obtener contenido “a la demanda” (On demand) a las cuales tenía acceso el público, por lo que varios videoclubes tenían que expandir la variedad de material ofrecido para abarcar todas las necesidades de la clientela, desde películas infantiles a conciertos en vivo hasta pornografía de diversos niveles de legalidad.
Marco histórico
Breve historia de las cintas magnéticas:
La cinta magnética fue creada en 1928 por Fritz Pfleumer y su desarrollo es mantenido dentro de Alemania y en secreto hasta finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando los estadounidenses llevan a su país esa tecnología. A partir de mediados de los años ‘40 y entrando en los ‘50 varias compañías comienzan a producir grabadoras de cinta comercialmente viables para el mercado doméstico. Una de ellas, Ampex, con un equipo liderado por Charles Ginsburg en el cual estaba un joven Ray Dolby, desarrollan y sacan al mercado el Ampex VRX-1000, conocido como el “Modelo 4” (Mark 4).
Pese a intentos de introducir sistemas hogareños de video, no sería hasta 1975 que las cintas magnéticas llegaron a los hogares, con los sistemas SL6200 y LV1901D “Consola” de SONY, los cuales reproducían el formato BETAMAX. En 1976, la empresa JVC saca al mercado su propia versión, el Sistema Hogareño de Video, más conocido por sus siglas en inglés, VHS. Si bien el atractivo principal de los sistemas de grabación hogareños era el de grabar televisión para verla en un momento más oportuno, en 1977 la compañía Magnetic Video editó cincuenta películas para tanto VHS como Betamax, las cuales vendían por correo a un precio elevado. Cabe destacar que pese a que los videoclubes están mayormente relacionados con el formato VHS, a mediados de los años ‘60 ya existían servicios de alquiler de cintas y proyectores Super 8, los cuales fueron estables de eventos como cumpleaños en Argentina hasta los años ‘80. Es el dueño de uno de estos servicios, George Atkins, quien luego de comprar el catálogo completo de Magnetic Video en ambos formatos disponibles abre Video Estación (Video Station) en 1977, considerado el primer videoclub de la historia.
En Argentina, hasta los años ‘80, las opciones eran los cines grandes de la capital donde se pasaban los estrenos, esperar a que las películas llegaran a los cines barriales o adquirir o alquilar un proyector Super 8, cosa reservada mayormente para celebraciones. Con la época de la plata dulce, los argentinos de clase media tuvieron la oportunidad de viajar al exterior, lo que hizo que muchos volvieran de sus viajes con variados electrodomésticos, entre los que contaban las grabadoras de cassettes, con los que aparecieron los VHS en Argentina. Para el Mundial de 1986, doscientas mil familias poseían un reproductor, casi todas de VHS y algunas binorma. Para 1986 ya había seiscientos videoclubes y varias editoras nacionales de VHS, como AVH y Gativideo. En su momento de gloria, los videoclubes también era el lugar donde conseguir películas que iban directo a vídeo, compilados de series televisivas y se volvieron el mercado principal del circuito pornográfico.
Funcionamiento General
Los videoclubes llegaron a ser un negocio sumamente lucrativo, lo que conllevó la aparición de numerosos locales, y si bien hubo grandes cadenas como Errol’s y posteriormente Blockbuster, el videoclub de barrio logró ser un punto de encuentro y de ampliación del conocimiento cinematográfico de las masas. El videoclub de barrio promedio funcionaba en un local dividido en dos secciones, un almacén donde mantener las copias y una forma de mostrar las películas disponibles sin correr riesgo de robo.
Había dos formas principales de conseguir películas para un videoclub, películas editadas por sellos como Gativideo y AVH contaban con distribuidores generales que pasaban por los videoclubes entre una y tres veces por mes, dependiendo de la distancia del distribuidor de la localidad, para ofrecer su catálogo de estrenos. Con el paso de los años, los sellos principales del país unificaron su servicio de distribución, haciendo llegar los títulos comprados por correo todas las semanas. Para títulos más difíciles de conseguir, cine extranjero o pornografía especializada, el videoclubista debía viajar a negocios especializados, situados normalmente en galerías en lugares disimulados para hacer las compras necesarias para satisfacer a su clientela.
Cada videoclubista tenía su manera de organizar sus estanterías, el más común era dividir por géneros y/o grupo etáreo mientras otros planteaban otros criterios. Los grupos que más a menudo se formaban eran los de películas de terror, los de películas pornográficas (normalmente recluidas a espacios elevados y disimulados) y los estrenos. Las noches, sobre todo las de los fines de semana eran el momento con mayor clientela para el videoclub, sobre todo si el videoclub cerraba los domingos, puesto que eso significaba que el socio devolvería la película recién el lunes por la tarde.
En tiempos del VHS, la fragilidad del formato volvía el proceso difícil, el cabezal de una videocasetera podía enganchar y dañar la cinta, el propio sistema podía desmagnetizar la cinta y volver partes del material incomprensibles. La piratería también era prevalente, cualquier persona con dos caseteras podía copiar una cinta en el tiempo que le llevaba ver la película, y algunas personas llegaban a abrir el casete y quitar el carrete de cinta para cambiarlo por otro, por lo que el videoclubista debía ponerle pegatinas al casete para notar si había sido abierto. Igualmente, muchos videoclubistas copiaban sus propias películas, tanto para tenerlas para sí como para ensanchar su disponibilidad.
Con el paso a DVD, el trabajo se mantuvo igual, salvo que el formato ocupaba menos espacio y era menos sensible, pese a que siempre podría rayarse, un videoclubista debía de cuidarse de no poner pegatinas en los DVDs puesto a que arriesgaba desbalancearlos.
El cliente seleccionaba una caja o representante de la película, sea por elección propia o recomendación del videoclubista, y le era dada una copia de la película, normalmente en la caja personalizada del videoclub, normalmente decorado con leyendas sobre en qué horario y estado habría de ser hecha la devolución.
Imágenes: Estanterías y caja de Gran Video Rondeau, Bahía Blanca.