El beso de Judas
Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) es fotógrafo, ensayista, crítico y profesor. Su obra como artista y autor reflexiona acerca de la frontera entre la realidad y la ficción en las imágenes y la fotografía. El libro El beso de Judas, fotografía y verdad, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1997, compila ocho ensayos del autor, en los que indaga sobre la aparente verdad y función evidencial de la fotografía y propone una mirada crítica y analítica hacia la forma en la que estas mienten y están construidas.
Fontcuberta traza un recorrido por los usos de la fotografía, en el contexto doméstico, en el arte, en la publicidad, como herramienta policial y en el uso cotidiano. A menudo conectándolo con experiencias propias, el autor cuestiona la creencia de que la fotografía presenta la realidad tal cual es y establece que detrás de esa certeza se esconden los mecanismos culturales e ideológicos que afectan nuestros postulados sobre lo real. “El signo inocente encubre un artificio cargado de propósitos y de historia.” Cuestiona el entendimiento de la fotografía como la naturaleza representándose a sí misma, como simple escritura con luz, lo cual presupone una ausencia de intervención e interpretación.
Continua el libro con un análisis de las formas artísticas de la imagen, construye metáforas con la figura de Narciso y la del vampiro (el que se mira al espejo y el que no tiene reflejo) para profundizar en la forma fotográfica como documento y arte (fotografía de calle) y como registro de la experiencia artística, con menor valor significante pero utilizada para ilustrar un discurso artístico determinado. Esta reflexión lo lleva a plantear la manera en la que en la fotografía contemporánea hace desvanecer la conexión entre imagen y objeto. Las imágenes “devienen apariencia o huella, ficción o indicio, pero justamente gracias a estas cualidades nos convendrán para transmitir los valores más intangibles del ser humano.”
En Videncia y Evidencia, Fontcuberta analiza la relación entre la fotografía y la memoria, en especial en contextos familiares y cotidianos. Explica como cumple una función de prótesis para el recuerdo, que satisface la búsqueda infinita por almacenarlo todo, pero que seleccionar ciertos momentos para fotografiar implica no seleccionar otros, el olvido es aquello que permite el recuerdo. Establece la relación de esta función con el uso social de las imágenes, fotografiamos aquello de nosotros mismos y de nuestras vidas que queremos reforzar, siguiendo ciertos parámetros que lo que es permitido capturar. La fotografía y la memoria se relacionan porque creemos que la fotografía evidencia lo que sucedió. La tendencia a fotografiarlo todo nos lleva a un mundo en el que las imágenes preceden a la realidad y el gesto de invierte, lo que vivimos nos recuerda a las fotos que vimos.
“Creer que la fotografía testimonia alguna cosa implica, en primer lugar, precisamente eso, creer, tener fe. El realismo fotográfico y sus valores subyacentes son una cuestión de fe. Porque no hay ningún indicio racional convincente que garantice que la fotografía, por su propia naturaleza, tenga más valor como recordatorio que el lazo hecho en un dedo o una reliquia.”
A lo largo de los ensayos, el artista utiliza imágenes de artistas y fotógrafos para enriquecer sus explicaciones. Incluye obras de Nan Goldin, Mike Mandel y Larry Sultan, Cindy Sherman, Andreas Müller-Pohle, Friedl Kubelka-Bondi, Nancy Burson y más.
“Toda fotografía es una ficción que se presenta como verdadera. Contra lo que nos han inculcado, contra lo que solemos pensar, la fotografía miente siempre, miente por instinto, miente porque su naturaleza no le permite hacer otra cosa. Pero lo importante no es esa mentira inevitable. Lo importante es cómo la usa el fotógrafo, el control ejercido por éste para imponer una dirección ética a su mentira. El buen fotógrafo es el que miente bien la verdad.”